NOCTURNARIO
de Agustina Triquell
INAUGURACIÓN: viernes 16 octubre – 19:00hs
FECHAS: viernes 16 octubre al 6 de noviembre
LUGAR: Fotogalería Municipal Espacio Blanco – 2do piso
HORARIOS: lunes a viernes de 10:00 a 18:00hs
El infinito negro
“En medio de la oscuridad de la noche, que se esparce interminable a ambos lados del camino aparece, a lo lejos, una luz. Enseguida se ve, un poco más distante todavía, otra de un tono más amarillento. O verdoso. En la medida en que se acorta la distancia, la luz más cercana comienza a tomar forma. Deja de ser un punto brilloso para convertirse en el esbozo de lo que termina siendo: una casa. Esta es una forma de percepción recurrente que se torna, de tan frecuente, en algo previsible y automático. Viajar de noche acerca este tipo de experiencias en las que la profundidad del negro y del silencio, hace más inconmensurable el espacio que nos rodea. De eso trata el excelente ensayo de Agustina Triquell. De armar, con el rectángulo de la imagen, una abertura a ese infinito oscuro y profundo. Un infinito del que cuelgan, casi suspendidas, las casas, las estaciones de servicio y cada una de las diferentes construcciones que surgen a la vera del camino, en el medio de ese manto negro que oculta montañas, ríos y llanuras.”
Juan Travnik
Nocturnario
Lo que se le escapa al día
El espacio es una constante, un continuum que la fotografía fragmenta y selecciona según cierto interés. Hacemos un recorte. Cuando recorro un camino, una ruta conocida, miro atentamente esas casas, en medio de la nada, o quizás más cerca de todo. Creemos que hay un lugar donde suceden cosas más importantes. Donde la vida tiene un ritmo, al estilo jam session virtuosa. Pero hay otra frecuencia, otro ritmo que se improvisa en otra clave.
Una serie de espacios se suceden sin pertenecer estrictamente a ninguna localidad, son lugares dispersos, generalmente identificados con el nombre de la parada del colectivo. Imagino cómo llega el cartero, cómo se vive sin vecinos. Hace poco que vivo sola en otra ciudad. Me he dado cuenta que de a poco uno deja de prestar atención a ciertos detalles, y me encuentro almorzando tomando agua del pico de la botella. Imagino que vivir de manera tan desolada marcará ciertos hábitos, ciertos permisos, como gritar a cualquier hora, usar un martillo, hacer el amor en el patio.
Me gusta la idea de pensar una doble exposición: de quienes están adentro sin saber que alguien se detiene ante su casa para fotografiarla y mi propia exposición ante la latente posibilidad de que alguno mire hacia fuera. Un amigo me advirtió: “Te van a clavar un balazo. En el campo disparan sin más”.
La ruta está en silencio. Cuando me bajo del auto se enciende la luz de la cabina (no hay forma de evitarlo, el manual no hace referencias al asunto). Los perros comienzan a ladrar. Me detengo cierto tiempo. El ceremonial del trípode prestado que todavía desconozco su total funcionamiento. Aprieto el disparador. Me quedo en silencio, como si el material fuera sensible al sonido, como si mis palabras en ese segundo pudieran quedar ahí adosadas como un metadato de la emulsión. Se escucha todo, que casi es nada, y allí precisamente se percibe la distancia.